No puedo evitar esbozar una sonrisa al recordar a este “caballero” que apareció en mi consulta de la calle San Agustín allá por el año 1997. Alto y fuerte, con más de 80 años a la espalda como dice la habanera.Llevaba en sus manos un folleto publicitario del Centro en el que se anunciaban los cursos de Masaje y Reflexología.
Lo primero que me dijo fue: ¿es aquí donde hacen formación?
Por la edad, me extrañó que se interesara en un curso pero aun así decidí informarle. No obstante antes de acabar me replicó que no quería un curso, sino que había venido porque en el papel la publicidad ponía que la formación era profesional y personal y que él, quería formarse personalmente.
Entonces le pregunté qué era lo que quería aprender, y me dijo: no lo sé.
Empezó a hablarme de él. No comprendía qué le pasaba en su cuerpo que desde hacía años venía acusando una importante rigidez (sobre todo de cintura para abajo) que empeoraba cada día y le impedía caminar correctamente debiendo ayudarse de un bastón y pudiendo dar sólo pasos muy cortos y lentos.
Llevaba años probando todo, pero nada le servía y estaba auténticamente desesperado.
Le comenté que lo mejor era realizar unas terapias para intentar solucionar el problema a lo que contestó: ¡De acuerdo, pero yo quiero aprender!.
En aquellos momentos en que estaba empezando en este mundo no entendí mucho lo que me pedía y su insistencia en aprender, ya que el problema era totalmente físico.
El primer día de consulta volvió a recordarme que lo que él quería era aprender y yo le contesté que haría todo lo que estuviera en mi mano.
Le realicé una sesión de Cromoterapia que se basa en aplicar un determinado masaje relajante en los pies y la aplicación del color no sólo en la zona del pie sino también en el cuerpo, en las zonas afectadas cada una con su color (información correspondiente).
Me contaba orgulloso que había tenido un puesto importante en la Administración pública y que le gustaba aprender, conocer nuevas cosas y no quedarse estancado.
Era un hombre culto y educado, un caballero como he dicho al inicio de este escrito.
También me habló sobre las duras experiencias que vivió en la guerra, otra vez la guerra…tan presente en nuestra historia.
Finalmente en una de las sesiones decidí preguntarle por su familia, ya que nunca hablaba de ella, y fue entonces cuando me contestó con un tono de voz muy diferente a como hablaba normalmente, y me dijo que tenía una espina en el corazón. Habrá que sacarla contesté yo, y respondió con lágrimas en los ojos y voz entrecortada con un tímido sí.
Y así fue como llegamos a la causa de su rigidez. Me habló de su hijo, un triunfador que después de haber llegado a lo más alto en todas las esferas de la vida (prestigio, dinero, familia) lo perdió todo por culpa de su adicción al Alcohol.
La Adicción, el gran “Vacío del Alma” que no encontrando deseo que te satisfaga buscas llenar y llenar.
Me comentó, que desde la separación vivía con ellos y su relación con él era muy difícil. Pasaban el día discutiendo, le culpaba de ser un mal hijo y de todo el sufrimiento que estaba viviendo su familia, y en especial de su madre.
La madre tenía que soportar sus interminables reproches y discusiones, reclamando cada cual su razón, una lucha de egos en la cual ambos querían que tomara partido, que se decantara, que inclinara la balanza a su favor.
Por un momento me puse en el lugar de esta mujer, esposa y madre. Me puse en el lugar de ella, sintiendo su sufrimiento. Se encontraba en el medio de dos personas a las que quería y que se odiaban mutuamente. Era como estar entre la espada y la pared, debiendo descoger entre uno u otro, y sin poder hacerlo porque ambos formaban parte de tu corazón y es imposible separarlos.
Ésa era su rigidez, su inflexibilidad, una rigidez que adquirió en la guerra, en el trabajo y que no podía soltar ni en la familia. Una rigidez que le impedía ver que el hijo no era el culpable, que sólo era una víctima más de la vida, que aun teniendo todo se había sentido tan vacío que había caído en el problema del alcohol. Todo tenía menos el Amor, lo más importante.
¿¡De qué sirve ser muy inteligente y conseguir metas, si nos falta lo más importante!? ¿Si no somos capaces de ver que las guerras de poder y de egos no nos llevan más que a la destrucción? ¿Que el deseo material es sólo eso: materia, y que lo más importante ni se ve, ni se toca: se siente?.
Tras un tiempo viniendo a las consultas en las que fuimos trabajando tanto la rigidez física (el síntoma) como la mental (la causa) empezó a cambiar su actitud hacia su hijo y pasaron de discutir a conversar. La puerta estaba abierta, por fin.
Un día se presentó en consulta con una bella Rosa. Quería agradecerme que le hubiera enseñado lo más importante: el Amor. Me dijo que nunca había tenido un detalle con su mujer y que había comprado dos rosas una para ella y otra para mí. Me emocioné, mejor dicho, nos emocionamos los dos.
Y supe con seguridad, que esta rosa significó para esta madre y esposa el regalo más bonito que recibía su corazón.
Posteriormente tuve la suerte de conocer a su familia y sobre todo a su nieta, una joven muy dulce que me dijo que su abuelo era otro, igual de inteligente pero con más sabiduría que antes, pues se le había despertado el Corazón.